2010 iba camino de ser un año “normal” en lo que a mí vida personal se refiere, pero una fria tarde de finales de noviembre la muerte visitó mi casa. Y se llevó a mi padre. Lo pilló dormido. Indefenso. Y no le dió ninguna oportunidad. Fue implacable.
La muerte se llevó a mi padre cuando estaba a punto de entrar en el otoño de su vida. Tenía 59 años y, tras 37 años ejerciendo como maestro, había decidido jubilarse en junio del año que viene, al final del curso escolar. No tuvo tiempo de hacer planes. No tuvo tiempo de cumplir sueños.
La muerte se llevó a mi padre cuando estaba a punto de entrar en el otoño de su vida. Tenía 59 años y, tras 37 años ejerciendo como maestro, había decidido jubilarse en junio del año que viene, al final del curso escolar. No tuvo tiempo de hacer planes. No tuvo tiempo de cumplir sueños.
La muerte se llevó a mí padre de repente y nos rompió el alma. Hasta entonces, este año había pasado volando. Desde entonces, el tiempo para mí se ha detenido en esos días. A diario me asaltan los recuerdos de esa maldita tarde, del entierro, de sus últimas palabras, de nuestra última conversación…
Estoy deseando que se termine este año horrible. Mañana se abre un tiempo nuevo. Será extraño y duro andarlo sin mi padre. Nada será igual. Nunca volveré a ser el mismo. Pero no queda más remedio que seguir adelante. El mundo sigue girando. La vida sigue fluyendo.
Lo único que le pido a este año que comienza en unas horas es salud para los míos. Y a pesar de todo, El Duque de Lima os desea un feliz y próspero año 2011.